El retroceso de una ciudad: De la recuperación de Manuel Jiménez al descontrol de Dioris Astacio

Cuando Manuel Jiménez asumió la alcaldía en medio de una pandemia global, el panorama no podía ser más desolador. Sin recursos económicos, sin parque vehicular operativo y con una institución en ruinas, encontró una alcaldía que carecía incluso de papel sanitario. Las deudas se acumulaban por todas partes: facturas de electricidad impagas, líneas telefónicas en manos de privados, cobros tercerizados sin control ni padrón oficial, y un desorden administrativo que parecía insalvable. A esto se sumaban gastos excesivos heredados y una ciudad sumida en el abandono.

A pesar de las adversidades, Jiménez se puso manos a la obra. Intervino los mercados, que estaban en caos, y las escuelas laborales, muchas de las cuales habían sido tomadas por políticos o privados y estaban en desuso. También asumió el control del cementerio municipal, que había caído en el descuido, y priorizó la limpieza de cañadas históricas y vertederos como el de la vieja Baquita, donde se acumulaban cientos de toneladas de basura, así como en varios puntos del río Ozama. Plazas emblemáticas, como el Museo de la Caña y la Plaza Duarte, comenzaron a recuperar su brillo bajo su gestión.

En apenas un año, Manuel Jiménez logró lo que parecía imposible: devolverle un rostro más digno a la ciudad. Y esto lo hizo enfrentando una guerra abierta desde múltiples frentes: el Partido Revolucionario Moderno (PRM) en su contra, un Concejo de Regidores que le dio la espalda, la ausencia total de apoyo gubernamental y las presiones mafiosas de las empresas recolectoras de basura, que intentaron forzar su renuncia. Sin embargo, su perseverancia permitió avances notables en medio de la tormenta.

Pero el progreso alcanzado se desvaneció con la llegada de Dioris Astacio. Bajo su administración, las finanzas municipales se descontrolaron nuevamente. Cientos de trabajadores del PRM fueron despedidos, y el presupuesto se repartió entre regidores para asegurar su lealtad, dejando a la ciudad en un estado de abandono disfrazado de falsas soluciones. Astacio llenó las calles de zafacones y pintó puentes como medidas cosméticas, mientras destinaba fondos a fiestas y actividades que buscan ocultar una gestión marcada por la ineficiencia.

Los mercados, que habían sido intervenidos con éxito, volvieron al caos. El cementerio, antes rescatado, quedó en el olvido. Las cañadas y vertederos, cuya limpieza había sido una prioridad, se sumieron otra vez en el descuido. El descontrol y la improvisación se han convertido en la norma de una administración que parece haber perdido el rumbo.

La ciudad que Manuel Jiménez levantó de las ruinas con esfuerzo y visión hoy enfrenta un retroceso evidente. Lo que alguna vez fue un ejemplo de recuperación en medio de la adversidad se ha transformado en un reflejo de promesas vacías y prioridades equivocadas. La pregunta que queda en el aire es: ¿hasta cuándo durará este declive?

CAJITA CONVERTIDORA

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